Notas de Jiménez Lozano

Acabo de leer "Impresiones provinciales" -Cuadernos 2010-2014-, de José Jiménez Lozano. Ed. Confluencias. Lo hago con el libro en una mano y el ordenador en la otra para rellenar mis muchas lagunas con Internet; al terminar me vienen a la cabeza los versos de Machado:
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riveras

Don José está entre esas personas que he tenido la suerte de conocer, escuchar y ver vivir. Pensadores comprometidos con la verdad y verdaderamente libres, por ello quizás fuera de los circuitos de moda...

En esta página tengo la intención de ir transcribiendo, lo hago con su permiso,  algunas de sus notas y acompañarlas de fotografías que,  por algún motivo de mi mente plástica,  relaciono con sus palabras

1. Una silla para la amistad 


pg. 58 -  Thoreau decía: "Yo tenía tres sillas en mi casa: una para la soledad, otra para la amistad, otra para la sociedad".

        Me reservo para mí la silla que Thoreau tenía para la amistad, porque supongo que, en ese caso, él hablaría y contestaría a ciertas preguntas, y la cosa sería importante, porque Thoreau ha sido uno de los hombres más libres de los que hayamos oído hablar.


2. Jardines cerrados

p. 25 - "Qué terrible sátira y qué epigrama sobre el espíritu de nuestra época es que la única aplicación que se sabe hacer de la soledad es un castigo, la prisión! ¡Qué diferencia con siglos enteros en los que, aun contando con toda la mundanidad que es propia de lo temporal, se creía en la soledad del claustro, que se honraba como la suprema virtud, como la determinación de lo eterno!; y en nuestra época, se aborrece a la soledad como una maldición, de tal manera que solamente será un castigo para criminales. ¡Qué cambio!", escribía S. Kierkegaard, en su Diario de enero a mayo de 1847. Pero es fácil de entender este cambio.

   Ya no hay,  en efecto, "jardines cerrados" del alma, ni la soledad es, ni puede ser, solus cum sola o a solas con su propia ánima, ni in angulo cum libro, en un rincón con un libro. Y no es que no haya jardines, rincones o el libro esté en crisis, según se nos dice: lo que pasa es que nos falla el ánima. Schopenhauer preguntaba por el espíritu: "¿Y dónde está ese mozo?", y ahora nosotros tenemos que preguntarnos verdaderamente por el paradero de esta mocita, que es el ánima o el yo que quizá ya hemos vendido, y no nos acordamos dónde




3. Luz de crepúsculo y de memoria

pg. 140 - "Tres monumentos funerarios de una extrema belleza -el Doncel de Sigüenza, en Sigüenza; el obispo Tostado en Ávila, y el Inquisidor del Corro en San Vicente de la Barquera- siguen dejando perplejos a quienes los miran, porque aquellos muertos leen; no están durmiendo, velan. Y como si recibieran a sus visitantes, ciertamente, como en su estancia de estudio, llena de un apacible silencio y quietud; y, entonces, ni recuerdo de muerte: esperamos que alcen los ojos del libro para comenzar una conversación.

 Nos parece, en efecto, que hemos sido recibidos en su cámara como parecen hacerlo el San Jerónimo de Durero o el San Agustín de Boticelli, o que estamos ante el Vives de los "Diálogos Latinos", envuelto ya en su capa de velar a la caída del día; a la luz crepuscular que Leonardo aconsejaba como la más favorable para la pintura, y, en realidad, lo han sabido todos los pintores, y, por eso, han hecho de luz de candela o de hoguera el claror para mostrar. Como en la vida, en las horas de la confidencia, la oración, el amor, la calentura, el tiempo de guardar las cosas en nuestro adentro.




     ¿Por eso las ropas de los muertos de la Primera Guerra Mundial y los de los "lagers" mostraban que aquellos hombres y mujeres tenían todavía donde asirse y llevaban con ellos estampas de pinturas de Georges de La Tour, poemas de Hölderlin o el Nuevo Testamento, junto con las fotografías de la madre, la esposa y los hijos o la novia? Por eso precisamente, desde luego; porque todas esas cosas producen esa luz de crepúsculo y de memoria, que es la que las hace verdaderas, y las revela.


     Todas esas cosa, en efecto, se han ido instalando, durante muchos días y años, en nuestro adentro más íntimo y nos han ido acompañando de tal modo que no sólo no podrían desgarrarse de nosotros sin dejarnos disminuidos, sino que en muy gran parte nos constituyen. Porque ¿de qué estamos hechos, sino de memorias y no solo del tejido de los sueños que decía Shakespeare? Lacerantes o dichosas, con las memorias se ha construido nuestra vida, y se sostiene luego, y para eso se guardan, incluso cuando son pequeños instantes rescatados de "los andrajos o retazos del tiempo", como dice un verso de John Donne.

     Tal intento de salvación frente a la devoración del tiempo está en el hondón de toda obra de arte, pero, sobre todo, y con un furioso desespero, en la pintura; aunque, a la postre, la consecución de tal afán sólo le ha sido concedido a la cámara oscura. Si bien no sin una especie de choque de dinosaurios entre pintura y cámara oscura, que trataron de saquearse y de aniquilarse mutuamente cuando coincidieron. Y podríamos decir que, verdaderamente, sólo si el fotógrafo, como el pintor lo hizo siempre, consigue constituirse en el objeto del fotografiar: esto es, que capta el sentido y se lo otorga a la realidad fotografiada.

     Pero, según Roland Barthes, los redactores de la revista "Life" rechazaron sus fotografías a Kertész, en 1937, porque "hacían reflexionar y sugerían un sentido"; es decir, tornaban pensativo a quien miraba, haciéndole sujeto del mirar, y, por lo tanto, capaz de hacerse cargo de una realidad con sentido, algo intolerable ya para los tiempos


     Pero,  por mucho que nos convenga, la realidad es siempre pensada, o no es; o como si no fuese, porque no es para nosotros, y queda arrojada ahí, y sin sentido. Todas las cosas valen,  entonces, muy poco, "y el mismo mundo redondo no es más que un signo vacío, a no ser, como se hace con los cerros de junto a Boston, para venderse por carretadas, para rellenar alguna marisma en la Vía Láctea", dice Ismael, el narrador de "Moby Dick". Pero no es cierto. Toda persona, con su yo, y las cosas más queridas de nuestro cosero, o arca secreta donde las ponemos, vale más que el mundo y que un socavón en la Vía Láctea


 4. Niebla

Pg. 32 - Hacía ya como dos o tres años que no veía una niebla tan persistente, aunque la de estos días, excepto por la noche y de madrugada, no es muy intensa. Es decir, no es de ese tipo de niebla que, en pleno día, sobre todo si se está en el campo, como tanto me ha gustado hacerlo, se sentía uno solo en el mundo, y luego, a medida que se iba uno acercando al pueblo, comenzaban a dibujarse delicadamente los contornos de las casas y luego los animales y las personas, y comenzaban a oírse ruidos. Pero como si todavía no se estuviese seguro de que era la realidad. Eran unos momentos mágicos, ciertamente.



5.  Evidencia

Pg. 45 - Karl Popper, por su parte, dice en ese mismo libro que el papel del filósofo, como el del artista, es el de no estar a la moda. Y parece una evidencia, pero es claro que esto está muy lejos, hoy, de poder ser significar otra cosa que una antigualla, y que los artistas están muy lejos de ver esta evidencia


6. Humanidad

Pg. 47 - Las memorias o recuerdos del sufrimiento y la barbarie de una guerra son similares a otros, pero, en quien recuerda, está por un lado el reconocimiento del mal que hay en nosotros -e incluso su justificación porque era la causa justa- y por el otro hasta la autoconvicción de que no se puede hacer el bien, porque no sirve de nada. ¿Para qué dar la leche a quienes estaban destinados a la muerte?

¿Es que no habría entonces la posibilidad del bien, y éste no puede nacer en nuestros corazones?

Tras la Primera Guerra Mundial, el doctor Albert Schweitzer tuvo la idea de recoger en un libro testimonios de humanidad entre enemigos, y ¡qué duda cabe que nos permiten seguir confiando en nuestra pobre humanidad! Pero, que yo sepa, nadie ha hecho luego un libro así sobre la Segunda Guerra Mundial, ni nuestra guerra civil, aunque no nos faltan testimonios de amistad y ayuda entre enemigos, que es lo más necesitamos para saber que no nos hemos convertido todos y del todo en puros demonios. O algo peor, si recordamos que en la película "Rashomon, de Akira Kurosawa, un demonio se va de una casa abandonada, cuando comprueba que allí se ha instalado un hombre.




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