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miércoles, 16 de enero de 2019

Pintura poética

Serie de flores que  dan olor a Poesía

Pastel sobre papel 

Pedro Salinas (La voz a ti debida)



Lo que eres
me distrae de lo que dices.

Lanzas palabras veloces, 
empavesadas de risas, 
invitándome 
a ir adonde ellas me lleven. 
No te atiendo, no las sigo: 
estoy mirando 
los labios donde nacieron.

                               
                                     Pintura poética 1 Año 2019 (35 x 35 cm.)
                         


Miras de pronto a los lejos. 
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma 

afilada, de saeta. 
Yo no miro adonde miras: 
yo te estoy viendo mirar
                             

Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás 

por una querencia nueva.  


Pintura poética 2 Año 2019 (35 x 35 cm.)






lunes, 16 de abril de 2018

Estreno de PARAGUAS a 2 con Microexposición en Casa de la Lectura (Segovia)

"Raíces y alas. A Juan Ramón Jiménez"

19 al 23 de abril de 2018


Dos pintoras (Inmaculada Cuesta y Marta García) estrenamos nuestro PARAGUAS a 2 con esta Microexposición de tema literario. Lo hacemos en el fin de semana de EL LIBRO y en la CASA DE LA LECTURA, en Segovia


El proyecto PARAGUAS A 2 surge con motivo del interés común de dos artistas plásticas con amplio recorrido

Presentamos un nuevo formato de exposición 

Se trata de un chispazo creativo y visual, que puede prender en la palabra, en un instante histórico, en un fotograma...






Además de las obras de pequeño formato, mostraremos una selección breve de poemas de Juan Ramón Jiménez y sonará de fondo su poesía cantada por Chili Valverde.







sábado, 31 de diciembre de 2016

Vals 2016

Un repaso a mi trabajo artístico en este año que termina, que ha resultado un año en rojo y azul...En la música un recuerdo al poeta García Lorca y a Leonard Cohen



viernes, 9 de septiembre de 2016

Exposición Serie QUIJOTE en la Biblioteca Pública de Segovia

Exposición de Pintura en el año de conmemoración del IV Centenario de la muerte de Cervantes

Del 12 al 30 de septiembre 2016
De lunes a viernes: de 9 a 21 h.
Sábado de 9 a 14 h.



DESCRIPCIÓN DE LA IDEA
Nace de una idea propia sobre los personajes de la obra literaria. Las ideas artísticas a veces tienen un empuje irresistible,  cuando es verdadero y vital. Por ese motivo he apostado por una ejecución  LIBRE Y PERSONAL

INSPIRACIÓN CERVANTINA DE LA SERIE
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Quijote, II, LVIII)
“Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón. “
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.”




El nuevo espacio de la Biblioteca Pública de Segovia, AQUÍ:






lunes, 3 de noviembre de 2014

AUTORRETRATOS

 AUTORRETRATOS 









Foto MAQ
Tengo una amiga de las de verdad, que veo poco, es una pena…, y desde hace unos años, además nos vemos poco y brevemente. Nuestros encuentros se han resumido tanto que son intercambios exprés de tesoros. Este verano sacó de su caótica cesta de campo “AUTORRETRATO CON RADIADOR”, de Christian Bobin, de la editorial Ardora -también exprés-; con su dulce y bajo tono de voz me dijo más o menos que no podía dejar de leerlo, tomé nota, lo encargué en una               librería, me marché fuera, volví, me olvidé y hace unos días pasé a recogerlo.


    Me lo he bebido de un trago y me ha sabido a gloria. Un libro que respira luz,  belleza y fe, tan           necesarias para vivir como el agua y el pan. Un libro que escucha…


Un libro, un verdadero libro, no es alguien
que nos hable, es alguien que nos oye,
que sabe oírnos
(Martes 1º de octubre)

Bobin nos cuenta lo que le dicen, y se dicen,  las flores; que Mozart suena azul cada mañana ante un café negro, nos habla de…

Las cosas pequeñas, las cosas perdidas
que no tienen valor para nadie
salvo para Dios-una hierba loca,
una mota de polvo, la tristeza de los pobres
(Jueves 30 de mayo)

Es a mitad del diario, el miércoles 4 de septiembre, cuando nos pinta su autorretrato

(…) Yo vivo como toda la gente de esta ciudad en el interior del gigante, en una parte de su cuerpo, en el extremo de la ciudad. Y escribo. Y soy incapaz de tomarme en serio esta actividad que es, desde hace seis años, la única de mi vida y que me da dinero más que suficiente para vivir y dormir con un sueño verdadero, profundo. Ayer fui a pagar mis impuestos. Delante de mí, había un hombre que estaba en el paro. Yo iba a dar dinero, y lo que iba a dar no iba a quitarme el sueño. Él, poco más o menos de mi misma edad, venía a pedir que no le quitasen lo poco que le quedaba. ¿Por qué existe una diferencia tan grande entre la gente con los destinos que se les asignan? Yo no me aflijo viendo que mis libros me aportan pan y sueño. Lo que me dan,  lo tomo. Pero al ver a ese hombre pensé que no soportaba a los escritores cuando hablan con cara de mártires del sufrimiento de escribir, de la dificultad de su trabajo. Un trabajo, es algo que os pueden quitar un día. Conozco escritores pobres, no conozco ninguno que esté en el paro: privado de escribir –y por consiguiente de dicha, porque no hay que andarse con cuentos: escribir es una pura dicha, y cualquier otro razonamiento sobre ello es repugnante. Tengo cuarenta y cinco años, el paso de una mujer en mi vida me deslumbró, me derribó o mejor me puso en mi sitio, un paso lleno de esplendor y finura, como el viento cuando golpea los pétalos de una rosa. Hoy el viento ya no pasa, el viento está bajo tierra desde hace trece meses y mi corazón sigue floreciendo (…). Este es mi autorretrato del miércoles 4 de septiembre de 1996, mañana habrá cambiado y tal vez ya esta noche. Lo escribí para que vosotros escribáis el vuestro a vuestro modo (…)

Acepto la invitación hoy, domingo 1 de noviembre, para dejar aquí  mi autorretrato en las imágenes que he fotografiado esta semana, camino del estudio, entre polígonos industriales, plagados de desechos de papel, plástico, cartón, que me han servido como fondos de pequeñas plantas secas que ya han vivido su primavera y verano;  otras  han revivido al sol de este raro otoño.

Autorretrato o “Naturaleza sobre fondo fuera de lugar” que dice así:

No soy de aquí ni de allí, 
llego demasiado pronto
o demasiado tarde

Un fondo inadecuado puede ser muy bello, incluso el mejor posible,  si se enfoca bien. Es muy útil para una buena cura de ausencia y silencio y realza las cosas sencillas que nos hacen sonreir.  

Me gusta más encontrar la solución a los problemas que hacer como si no lo fueran. Es mucho más estimulante

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ

Foto MAQ


lunes, 5 de mayo de 2014

San Baudelio de Berlanga por José Jiménez Lozano



El texto de Jiménez Lozano que me ha llevado a conocer este oasis escondido

La Capilla Sixtina de Castilla


CASTILLA se va entretejiendo, como ocurre con España entera, sobre un cañamazo cultural muy complejo, pero en el que destaca de manera singular el fragor de las luchas con los islámicos y las largas paces en convivencia con ellos. «Del neolítico a los almohades, la presencia frecuentemente agresiva de África es un dato tan fundamental para la geografía como para la historia hispánicas», ha escrito con toda lucidez Jacques Fontaine. Y, por fuerza y por dentro, la historia y el alma colectivas, los sentires, pensares y vivires de Castilla son, ciertamente, fronterizos; y, para adentrarnos en ellos, hay que pasar por un arco de herradura. Tomás de Aquino, en su espléndida madurez espiritual, se paraba ante las puertas y dudaba un tanto antes de traspasar su umbral, porque una puerta que se abre es siempre un «novum» lo que promete a nuestros ojos y nos exige su comprensión. En este caso, la de Castilla como Oriente, antes de convertirse, luego, en un país románico y europeo; si es que llega a ser esto último, que éste es otro cantar y otro cuento, como decía Kippling, que habrá que contar más adelante.



Lo que hay que decir, ahora, es que en esta frontera, bélica, unas veces; y pacífica, otras, entre islámicos y cristianos, hay atalayas y almenaras o alcázares: es decir, palacios o campamentos militares; y hay también almunias o jardines, o «huelgas»; pero, sobre todo, es­tán ahí los «kibbutzs» o asentamientos fronterizos, escondidos en un valle, tras un soto, cobijados por cualquier otro repliegue geológico. Son lugares de resistencia espiritual, pero, a la vez, asimilados en cierta manera a los modos de ser y de vivir de aquellos a quienes se resiste: los islámicos. Es decir, lugares de osmosis entre los hermanos enemigos. Y desconciertan, pero quizás son ellos las claves de toda una existencia como la castellana y de su historia espiritual y más profunda. Esa historia que, en San Millán de la Cogolla o en San Baudelio de Berlanga —y así será en todas partes— comienza como un cuento oriental: con un manantial de agua fresca y una gruta, y unos árboles en torno. Y un ermitaño o morabito que allí habita, naturalmente.

El paisaje en que, ahora, se alza San Baudelio es realmente este­pario y eremítico: un pelado y pardo alcor cuyas tonalidades van del ocre rojo al amarillo, blancas manchas calizas y el verdor de matojos enanos. Pero no evoquemos, en seguida y sin más, a los Padres del Yermo; aquí, hubo árboles: encinas exactamente, y agua, que todavía puede verse correr hacia el pequeño valle. Los monjes o, más bien, eremitas, que, aquí buscaban a Dios en el desasimiento y la nada, vivían en medio de un bosquecillo y siquiera bajo la parva umbría tan ascética de la hoja de encina. Y, aunque nadie lo diría, ahora, al contemplar externamente este recinto cuadrangular que se prolonga en una especie de ábside igualmente cuadrado y gris, una vez atravesada la puerta de herradura, aquí es verdaderamente el paraíso, una almunia sagrada, el Edén.

El edificio está concebido como un gran árbol de piedra, cuyas ramas sostienen el cobijo de la techumbre: son los nervios en que se despliega una columna que se abre en arcos de palmera y muestra su blanco tronco salpicado de rudos puntos rojos, como en un sarpu­llido de vida, un goteado de Pollock.


¿Y qué hace, aquí, una palmera, a orillas del Escalóte, en este clima riguroso? Es pura teología, un símbolo paradisiaco: la sombra y la frescura tras el arduo caminar que es la vida; el canto tranquilo de celestes pájaros que anidan en ella, la dulzura de los dátiles y el ruido que hace el ventalle al entrechocar sus hojas suavemente des­pués de tanto estruendo que es la historia y de tanto amargor que da el ser hombre. Es un oasis y un refrigerio, pero también una escala hacia lo Alto. Es el árbol sagrado de los antiguos mesopotámicos y está específicamente bendecido en el Corán, pero la Biblia misma hace de ella la figura del justo:

«El justo florecerá como palmera.»

«Feliz el hombre que confia en Yahvé y del que Yahvé es su esperanza.

Es como un árbol plantado al borde del agua, que extiende sus ramas hacia la corriente.

No teme cuando llega el calor, su follaje permanece siendo verde, y, en año de sequía, está sin inquietud.

(Jeremías, 17, 7-8)



En el Beato de Valcabado —en seguida vamos a abrir estos li­bros que llevan el extraño nombre de Beatos y son los grandes libros que Castilla ha dado al mundo, como este monasteriolo es su Sixtina— una palmera da acogida y sombra a los bienaventurados que bajo ella se abanican, o, agitando palmas, vitorean eternamente la gloria del Cordero.

El paraíso se ha soñado siempre con estas imágenes de solaz y de belleza, con visiones de extrañas y lejanas ínsulas pobladas de árbo­les exóticos y aves de brillantes rojos y verdes, azules o amarillos en sus plumajes, que cantan o parlotean, o en ensoñaciones de puertas de oro, jaspe u ónice, de las que se habla en el Apocalipsis; pero, ante todo, es un jardín y un frescor.

En otro Beato —el de Gerona— hay también otra viñeta de una palmera que es sangrada por dos campesinos para recoger de ella vino de palma. Y eran cristianos arabizados los que habían visto realizar estas tareas o sabían cómo se llevaban a cabo de todos mo­dos, o incluso las practicaban en las almunias de la costa levantina donde sabemos que se bebía «nabid» o vino de dátiles. ¿Y no se trata aquí, simplemente de trasponer en un plano artístico todo ese ejercicio agrícola, en estas latitudes tan frías en las que nos consta, sin embargo, que, aprovechando un abrigaño del terreno, se logra­ron aclimatar olivos, como en San Cebrián de Mazóte, por ejemplo? ¿Y acaso no era ese mismo ejercicio un símbolo de la vida edénica?

Pero todo nos aparece más claro aún, si todavía contemplamos otra imagen del Beato «Justus ut palma florebit», que está en la Biblioteca Nacional de París, y en la que el justo asciende por la palmera en busca de sus dulces frutos. Su ascensión es claramente una mística subida a lo Alto, y, por cierto, está extraordinariamente enfatizada en este edén de San Baudelio: un jardín de delicias, un paraíso místico y oriental, al mismo tiempo.



Bajo la gran palmera, una especie de mezquitilla —o minúscula iglesia copta, por su blanca alegría— o bosquecillo de pequeñas co­lumnas cilíndricas, sin capiteles y sólo con algunos adornos en los plintos, sostiene una alta plataforma, tribuna o apartamiento en lo alto al que se sube por una escalerilla, que muy probablemente fue en un principio una escala de mano, de también claro significado místico en todo el Oriente, que se retiraba una vez utilizada; y aun­que a ese apartamento pudiera accederse al mismo tiempo por una puerta exterior al recinto, que hoy se encuentra al ras de la eleva­ción del terreno que circunda a la ermitilla.

En esta tribuna o estancia, ya a medio camino del follaje del árbol y de su misterio celestial, se encuentra una capillita, casi como un «kiosko» o nicho, deliciosamente decorada con pinturas románi­cas: una Virgen flanqueada por dos personajes, y, en un lateral, un estilizado lebrel. Una lucerna en arco de herradura vigila la entrada del recinto entero desde esa altura, y una balaustrada, como un ico­nostasio y como cubierta por un gran paño oriental de águilas y leones inscritos en círculos, realizaría la separación sagrada o velaría lo recoleto de la oración o de la celebración litúrgica, allá arriba.



Pero, todavía más arriba, hay aún otra estancia última y supre­ma, entre los brazos mismos de la pétrea palmera, en lo más alto del ascenso místico. Es como una cilindrica linterna, ciega y aislada, de sólo un metro de diámetro, y rematada en una cupulilla de seis ner­vios: como un «mihrab». Se ha supuesto que se trataría de un lugar a trasmano, no fácilmente visible, donde poner a buen recaudo los libros o vasos sagrados en este «kibbutz» fronterizo del Duero, un espacio geográfico que no va a ser definitivamente conquistado sino a principios del XII por Alfonso I de Aragón y que continuará sien­do un bastión débil, largo tiempo después. Pero es mucho más pro­bable que fuera una celdilla de eremita estilita y solitario, que en Celanova o en San Miguel de Escalada vivía en sus ábsides laterales; es decir, la última estancia del «justus», que ha llegado a la cima mística o prosigue allí su lucha en soledad total. O, al fin y al cabo, es precisamente un «mihrab» donde nada había y nadie habitaba, símbolo de la ascensión suprema e inalcanzable; presencia de lo Alto, que, en lo alto de la palmera o escala del paraíso, se revela: allí donde no hay nada y sólo es el vacío y el silencio; la morada de Cristo, como en «El manuscrito de las tres palomas» donde aparece en su mandorla o almendra sagrada, rodeado de pájaros, en la copa de un cedro.

Y, de todas maneras, este lugar es una lámpara de iluminación interior: el otro cabo, en lo alto, junto al cielo, de la parábola espiri­tual que aquí se expresa y que, como decía, comienza en la gruta que allá abajo, dentro de la mezquitilla, se adentra en la tierra hacia el sur del edificio y sería la morada del primer anacoreta: la raíz del árbol junto al agua. Raíz nutricia y brazos frondosos cargados de frutos, la tiniebla y la luz, lo bajo y lo alto, la escala y el ocultamiento, la ausencia total de cualquier cosa o criatura en medio del árbol sagrado.

Pero los muros están pintados, naturalmente. ¿Cómo, si no, sería un edén este recinto? Y hay dos claras y netas series de pinturas: unos bellos frescos románicos con escenas evangélicas, y las pinturas bajas o mozárabes; incluso si hay quienes ven en ellas rastros de una estética y de técnicas romanizadas. De unas y otras sólo quedan restos, o sólo la impronta de las pinturas que fueron arrancadas: una impronta como un grito de desgarro, pero también como el resplan­dor de la belleza que ilumina este paraíso.

Las pinturas altas narran la vida entera de Jesús desde Belén, donde es adorado por los Magos, hasta su muerte y sepultura; pero hay, entre ellas, dos escenas que priman por su singularidad: la re­surrección de. Lázaro de la que es testigo un tonsurado —lo que implica una teología muy explícitamente eclesiológica— y las bodas de Caná, donde Jesús aparece sentado entre los novios ante una mesa llena de viandas y junto a la cual un sirviente escancia el vino; lo que también implica una versión teológica del hecho, que va más allá del relato evangélico y se torna didáctica. ¿O es la pura expre­sión de la alegría de los alimentos y del bendecido amor humano?
 
En la pintura del ábside lo que nos sorprende no son las imá­genes de San Baudelio y de San Nicolás, o la Paloma, símbolo del Espíritu Santo, o las apenas reconocibles de Jesús y la Magda­lena en un lateral, sino el enigmático animal que está pintado bajo la ventanita abocinada. ¿Qué es: un ibis o un pelícano? La inter­pretación del pelícano es arriesgada no sólo porque su simbólica eucarística —el pelícano se sacrificaría a sí mismo para alimentar a sus polluelos— es más tardía e igualmente más tardías son la interpretación enfáticamente sacrificial de la Eucaristía y la mis­ma reserva eucarística, sino porque aquí faltan los polluelos y el escorzo del ave sagrada del antiguo Egipto está acentuadamente di­bujado.

Pero las que primordialmente nos subyugan son las pinturas bajas o mozárabes que constituyen, por así decirlo, el paisaje de este paraíso a la sombra de la palmera: un cazador de ciervos, que ya ha dado en el blanco y dispara de nuevo su arco; otro cazador, que, montado en su caballo, azuza a sus tres lebreles contra dos pequeñas gacelas, y un caballero con halcón. Lleva espada y sombrero, y un manto rojo. En contraste con las otras dos escenas venatorias, abso­lutamente dinámicas, aquí el cazador está sorprendido en estática posición; pero los tres frescos de caza ofrecen una simbólica escatoló- gica y paradisiaca, precisamente porque hay tanta vida en ellos.

No ocurre lo mismo, sin embargo, con las águilas y leones ence­rrados en medallones que, como se dijo, están pintados en la balaus­trada de la tribuna. Estos animales son la copia de un tejido oriental y ahí están dibujadas unas presillas o lazos para dar a entender inequívocamente que éste es, en efecto, el bordado de un tapiz o lienzo tendido sobre el muro: una decoración principesca. Y ésto, aunque tampoco dejen de ofrecer una alegoría muy clara: el águila es el símbolo de la contemplación de las realidades eternas, y el león lo es de la resurrección y de la fuerza. El águila acostumbra a sus polluelos a volar alto y a mirar al sol, cara a cara, y aborrece a los que no son capaces de sostener su fulgor. El león insufla con su lengua el hálito de la vida en la boca de sus cachorros muertos para resucitarlos.

Pero volvamos a los otros animales, que, como los del Arca de Noé del Beato de Valcabado, están ahí primordialmente como ex­presión de vida y vida paradisiaca: el delicioso dromedario amarillo de tan elegante cuello y el expresionista oso rojo, de un trazado lleno de poder. O el elefante atigrado, surrealista, con su juguetona trom­pa que tanto fascinó a esos siglos medios. El pintor lo ha transpuesto «picassianamente» con mayor atrevimiento aún que como lo pintó el de Valcabado, o quizás nunca lo había visto: ni siquiera en una de esas telas que lo representaban con tanto realismo, tal y como pode­mos comprobarlo en la que se conserva en San Isidoro de León, y plasmó aquí su sueño. El animal poseía su leyenda de castidad e inocencia; pero, luego, aquí se le cargó con la torre o el castillo románicos sin duda aunque en relación con ellos aparecía ya como peón en los ajedreces orientales: la tienda en que a su lomo viajaban los príncipes, y se convirtió en el símbolo de la fortaleza.

¿Y qué quiere decir este anciano con yelmo y un pesado escudo árabe? Es inquietante y misterioso. ¿Es un cristiano obligado a servir en las filas islámicas o un centinela de frontera que ha envejecido en el oficio? ¿O es un estereotipado y a la vez cotidiano «luctator», que está ahí para recordar que la vida es lucha, y la calvicie, el símbolo de la fidelidad?

Los mismos toros del zócalo, que están frente a la entrada, tienen o pueden tener también distintas lecturas, aunque su lugar en esa zona inferior y su factura resueltamente románica nos inclinan a ver en ellos un simbolismo instintual de poderosos apetitos.
                              

Al principio, decía, fue una gruta entre encinas, y el agua, y un anacoreta o morabito. Luego, creció aquí una palmera y hubo un bosque de columnas blancas y animales exóticos y escenas lúdicas y de Génesis o paraíso. Y, allá arriba, un espacio vacío, lugar sagrado de la presencia del Invisible y de su teofanía en ese vacío. Pero insistamos: animales, árboles y agua. Y luz por las orientales venta­nas cuvas parejas sólo se encontrarán en el Al-Andalus islamizado: vida, en suma. La vida, la luz y la alegría paradisiaca se concentran aquí como la otra versión apocalíptica de los orientalizados cristia­nos de este monasteriolo de Castilla. Porque no fue así en otras par­tes, en otros «kibbutzs» mozárabes y fronterizos donde se escribie­ron y pintaron los Beatos, que es preciso hojear en seguida para entender esta singularidad misma de San Baudelio de Berlanga y el mensaje profundo de la Castilla oriental y apocalíptica.


José Jiménez Lozano "Guía Espiritual de Castilla"